Estas últimas semanas, varias empresas farmacéuticas occidentales han anunciado que han desarrollado vacunas contra la covid-19. Es el caso, en particular, de la asociación de empresas Pfizer-BioNTech, de la farmacéutica estadounidense Moderna y de AstraZeneca en colaboración con la Universidad de Oxford. Los Estados imperialistas de uno y otro hemisferio se han apresurado a cursar pedidos y comprar a toda prisa el mayor número posible de dosis, en algunos casos incluso antes de la certificación de las vacunas por los organismos competentes. Esta auténtica rapiña imperialista de las vacunas está aniquilando de hecho las posibilidades de los países de la periferia capitalista de procurarse dosis para hacer frente a la pandemia.
Una actitud de predadores irracionales
Así, según el New York Times, “mientras
que numerosos países pobres podrían estar en condiciones de vacunar como máximo
al 20 % de su población en 2021, algunos de los países más ricos del mundo han
reservado suficientes dosis para vacunar varias veces a sus propias poblaciones
[…]. Si les suministran todas las dosis que declaran haber pedido, la Unión
Europea podría vacunar a sus habitantes dos veces, el Reino Unido y Estados
Unidos cuatro veces y Canadá seis veces.” El mismo diario calcula que el número
total de dosis que podría llegar a comprar EE UU a las diferentes empresas
farmacéuticas asciende a 1.500 millones de unidades. Por su parte, las
autoridades europeas afirman que han comprado más dosis de la vacuna “que las
que hacen falta para todo el mundo en Europa”.
Además del poder financiero de estas potencias
imperialistas, el principal argumento político que plantean para justificar
esta prioridad de los poderosos es que estos Estados han
invertido miles de millones de euros y dólares en apoyo a las investigaciones
de las farmacéuticas privadas. Por su parte, países como India y Sudáfrica, a
la cabeza de un grupo de países de renta baja o mediana, han solicitado a la
Organización Mundial de la Salud (OMS) una suspensión de los derechos de propiedad
intelectual, como las patentes, sobre los productos asociados a la lucha contra
la pandemia, informa The Lancet. No obstante, la industria
farmacéutica y numerosos países de renta alta, “entre ellos el Reino Unido,
Estados Unidos, Canadá, Noruega y la UE, lo han rechazado categóricamente,
afirmando que el sistema de propiedad intelectual es necesario para estimular
nuevas invenciones de vacunas, pruebas de diagnóstico y tratamientos, que
podrían estancarse en su ausencia.”
De este modo, en una situación que impone una
urgencia al conjunto de la humanidad, estos gobernantes y multinacionales
farmacéuticas consideran que únicamente el cebo de la ganancia y el afán de
lucro pueden estimular la investigación y la innovación. Una lógica que revela
la clase de mundo que defienden, pero que mucha gente combate, inclusive en el
sector de la investigación y la innovación tecnológica. Sobre todo, al
mostrarse incapaces de renunciar a la carrera por el beneficio en una situación
de emergencia sanitaria mundial, los capitalistas obstaculizan la lucha contra
la pandemia, demostrando una vez más el carácter absurdo del sistema que
defienden.
El problema de la producción: el bluf de la
industria farmacéutica
En efecto, la lógica del beneficio y de la
propiedad privada está agravando un problema que podría afectar también a los
países imperialistas: los límites de capacidad de producción de las empresas.
El hecho de no compartir las patentes con los Estados periféricos y
semicoloniales reduce la capacidad de producción de dosis de las vacunas,
incluidas las demandadas por los países ricos. Así, el artículo del New
York Times que ya hemos citado comenta a este respecto:
Ciertas empresas ya han revisado sus proyecciones
en función de los problemas de producción. Pfizer declaró primero que
produciría 100 millones de dosis de aquí al final del año, para reducir
posteriormente esta cifra a la mitad. Novavax ha tenido que aplazar los ensayos
clínicos en parte porque no podía producir un número suficiente de dosis. En
otros casos, los fabricantes de vacunas o sus socios tal vez han prometido más
dosis que las que pueden producir: se anunciaron 3.210 millones de dosis de la
vacuna de AstraZeneca, pero los contratos de fabricación suscritos solo suman
2.860 millones, según Airfinity. Johnson & Johnson prometió 1.300
millones, pero solo ha garantizado la producción de 1.100 millones.
Esto significa que es muy probable que en 2021 no
se puedan cumplimentar en su totalidad los pedidos cursados, mientras que, en
lo que respecta a los países de la periferia capitalista, ciertas fuentes
calculan que muchos de ellos tendrán que esperar hasta 2024 para conseguir
vacunar e inmunizar al conjunto de su población. Otros expertos consideran que
para entonces mucha gente podrá haberse contagiado y haber adquirido una forma
de inmunidad natural, reduciendo la demanda de vacunas. Aunque esta posibilidad
fuera real, se trata de un cálculo cínico, en el que se espera que la gente
pobre se inmunice naturalmente, eso sí, arriesgando su vida, mientras que la
ciudadanía de los países desarrollados esté protegida a base de vacunas cuyo
desarrollo y producción han sido posibles en buena parte gracias al expolio de
los países semicoloniales por parte de las potencias imperialistas.
Imperialismo y subdesarrollo
Claro que los recursos financieros no explican
todo. Hay otros factores, que por mucho que estén vinculados con la cuestión
económica, determinan esta desigualdad entre países. En efecto, las vacunas
desarrolladas por Pfizer-BioNTech y Moderna tienen una eficacia de más del 90
%, pero estas vacunas tienen que conservarse a temperaturas muy bajas: –70 ºC.
Esto implica que los países que adquieren dosis de estas vacunas han de
disponer de la infraestructura necesaria para mantenerlas a estas temperaturas,
pero normalmente solo los laboratorios de investigación disponen de esta clase
de congeladores. Ni los hospitales, ni las farmacias los tienen, ni siquiera en
los países capitalistas desarrollados.
En este sentido, Alex Berezow, especialista en
ciencias, tecnología y sanidad pública, afirma que “los desafíos logísticos que
supone la cadena de frío imposibilitan prácticamente que una vacuna llegue a
las regiones cuyas infraestructuras son mediocres y el suministro eléctrico
poco fiable”. Dicho de otro modo, para muchos países de África, Asia y América
Latina, y otras regiones del planeta (incluidas ciertas zonas de los países
imperialistas), el almacenamiento de las dosis de vacunas resulta casi
imposible, y por tanto también la vacunación de la población.
Desde este punto de vista, la vacuna desarrollada
por AstraZeneca presenta una ventaja, ya que puede almacenarse en congeladores
como los que suelen emplearse en los hospitales y farmacias, a temperaturas no
tan bajas. Sin embargo, la eficacia de esta vacuna es de apenas el 62 %. Por
consiguiente, es más que probable que, en el caso de que se resuelva el
problema de la producción, será este tipo de vacuna menos eficaz la que llegue
primero a los países periféricos y semicoloniales.
Evidentemente, esta situación está lejos de ser una
fatalidad, fruto de la suerte de unos países y la desgracia de otros. En
realidad, el subdesarrollo de la gran mayoría de países del mundo es el
resultado del funcionamiento del propio capitalismo, en que un puñado de
potencias se reparten las riquezas producidas en el conjunto del planeta. Su
desarrollo depende del subdesarrollo de otros países. Es el imperialismo el que
impide el desarrollo de las infraestructuras mínimas que permitan a la
población gozar de unas condiciones de vida mínimamente dignas.
Todos contra todos
Pero nos equivocaríamos si pensáramos que existe
una especie de entendimiento armonioso entre las diferentes potencias
imperialistas contra los países de la periferia capitalista. En realidad, como
vimos en las primeras semanas de la pandemia y a lo largo de todos estos meses,
las potencias capitalistas compiten encarnizadamente entre ellas, incluso para
procurarse productos elementales para hacer frente a la pandemia, como
mascarillas, gel antiséptico o respiradores.
Ahora, con la vacuna, un producto mucho más
complejo y sofisticado, esta lucha encarnizada prosigue, si cabe con más
brutalidad. En efecto, puesto que todo parece indicar que las empresas
farmacéuticas no podrán cumplir sus promesas de suministro para el año 2021, es
más que probable que las potencias imperialistas se libren a una competencia
feroz para hacerse con las dosis de vacunas. No está descartados que asistamos
a escenas de piratería moderna, a formas de saqueo a gran
escala. Porque más allá del aspecto sanitario, la inmunización de la población
constituye una gran baza económica: el país que reciba más dosis de vacunas
podrá tratar de relanzar su economía antes y de este modo obtener una ventaja
con respecto a los capitalistas de los demás países.
El ejemplo de las vacunas muestra una vez más el
carácter devastador y reaccionario del capitalismo. Es esta lógica, guiada por
el beneficio, la que alimenta la desconfianza de gran parte de la población con
respecto a las vacunas y sirve de caldo de cultivo para las teorías
conspiranoicas más absurdas. El hecho es que, de momento, la única solución a
esta pandemia parece ser la vacuna. Y en esta situación, los capitalistas
actúan como de costumbre: tratando de beneficiarse. Si la clase obrera puede extraer
aunque solo sea una lección de toda esta pandemia, es que habría que
nacionalizar la industria farmacéutica y la investigación científica, bajo el
control de sus trabajadoras y trabajadores, financiadas por elevados impuestos
sobre las grandes fortunas. Es así como la lucha contra pandemias como la
covid-19, que no será la última, podrá guiarse únicamente por la urgencia
sanitaria y no por imperativos económicos.
Por: PHILIPPE ALCOY
Traducción: viento sur
Fuente de la Información:
https://vientosur.info/las-potencias-mundiales-acaparan-las-vacunas-en-detrimento-de-los-paises-perifericos/
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